jueves, 28 de mayo de 2009

PROYECTO DE VIDA RESUMEN

Se cierra un ciclo y comienza otro. Los jóvenes saben que es necesario planear su futuro para no
verse sorprendidos por las exigencias de una realidad que les va a demandar una actuación
responsable basada en una preparación sólida y eficiente.
El futuro no se puede improvisar. Cada una de las decisiones que tomen en este momento, va a
tener irremediablemente efectos sobre su porvenir. Si deciden no estudiar para un examen, no asistir
a una clase, no cuidar de sí mismos ingiriendo alcohol en exceso, consumiendo drogas, teniendo
relaciones sexuales sin protección, manejar un vehículo sin precaución, esto tendrá sus
consecuencias.
Para muchos la juventud es sinónimo de inmortalidad. Creen que no les va a pasar nada si hacen
esto o aquello. Están convencidos que si cruzan una calle sin voltear, siempre se detendrán los autos
y que si acaso los golpean en su cuerpo de hule, la librarán sin problemas. Piensan que no tienen
que hacer nada en este preciso momento, pues hay que vivir cada instante con toda la intensidad
posible. La juventud es corta y hay que disfrutarla al máximo. La realidad es que en el obituario y
en la página roja, aparecen muchos jóvenes que truncaron la existencia por no cuidar de sí mismos,
o por la irremediable presencia de la fatalidad.
También el mundo está lleno de gente adulta fracasada. Llenos de tristeza y amargura,
lamentándose porque no supieron planear su vida y se gastaron la juventud en forma irresponsable.
Si bien nadie tenemos la existencia asegurada, las probabilidades de alcanzar la vejez son mayores
que las de morir, y más nos vale tomar previsiones para vivir una vejez con dignidad.
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No se trata de vivir temerosos por lo que no tiene remedio, sino de pasárnosla lo mejor posible los
días que tenemos contados. La muerte no es una tragedia, es tal vez lo que le da sentido a la vida.
Hacemos obras de arte, nos desarrollamos intelectualmente, inventamos vehículos, computadoras,
aparatos diversos, construimos edificios y obras arquitectónicas de las que nos maravillamos,
porque sabemos que vamos a morir, porque estamos conscientes de la finitud de nuestra existencia.
Si supiéramos que somos inmortales, nunca tuviéramos prisa por terminar algo. Jamás nos diéramos
tiempo para finiquitar un proyecto, al fin y al cabo la eternidad siempre esperaría, cosa que la
muerte no hace, pues siempre está al acecho para tomar nuestras vidas. Si así como son las cosas, a
veces nos la pensamos para hacer las actividades más elementales, imagínense si fuésemos eternos.
Es importante entonces, definir nuestro proyecto de vida, saber quiénes somos, qué queremos, y el
precio que tenemos que pagar para conseguirlo, parafraseando a Gioconda Belli, poetisa
nicaragüense.
6.1 El aquí y el ahora
Cambio y transformación en la adolescencia
La adolescencia es una época de cambios vertiginosos en el cuerpo, en la forma de pensar, de
concebir y de representarse el mundo y las relaciones con los demás, y que tiene efectos en todas las
actividades que se derivan de estos cambios. Los adolescentes exhiben una peculiar forma de
comportamiento que tiene la «virtud» de exasperar a los adultos; particularmente a los que tienen
autoridad sobre ellos, como son los padres, maestros, directivos, etc.
Para un mejor entendimiento entre los jóvenes y los adultos, es importante una compresión de la
psicología de la adolescencia, para poder explicarse a qué obedecen sus reacciones, qué
circunstancias están modelando su pensamiento y su carácter, el por qué hacen y dejan de hacer de
manera contraria lo que los adultos decretamos.
En primer lugar hay que señalar que este período posee características universales, que son
matizadas por la cultura, el entorno socioeconómico, el tipo de familia, etc. Estas características
obedecen a las situaciones que el adolescente tiene que resolver en este período de transición en el
que tendrá que dejar de ser niño - con el proceso de duelo que esto implica-, para convertirse en
adulto.
Muchas de las actitudes y reacciones que exhibe, y que llegan a constituir algo que Knobel (1992)
llama «patología normal», no son más que consecuencia de los conflictos propios de la delicada
tarea de aprender a ser adulto y abandonar los «privilegios» de depender de los otros, la
«comodidad» de vivir una existencia a la medida de las imposiciones del adulto, pero extraviado en
los laberintos de una identidad prestada.
Lo que menos se puede esperar de un adolescente es que sea sumiso, obediente y consecuente con
las demandas que el mundo del adulto le impone, digamos que esto, va contra su naturaleza. Para
construir su propia identidad tiene que decirle NO al adulto, oponerse a él, desafiar su autoridad,
seguir otros rumbos distintos a los que le tiene trazados, y esto a veces sin detenerse a pensar sobre
la racionalidad o pertinencia de las demandas del adulto.
Si el adulto piensa que esta actitud es algo personal, dirigido hacia él, como producto de un
capricho irracional, seguramente le hará pasar un mal rato al muchacho en venganza de los agravios
padecidos. En cambio, si piensa que su forma de actuar es consecuencia de este proceso de ajuste
típico de todos los jóvenes, tal vez responda de manera distinta, ejerciendo autoridad, sí, pero sin
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violencia, como una operación necesaria para estructurar la subjetividad del adolescente, que como
todo ser humano, tendrá que ceñirse a una ley, que está más allá de la voluntad personal de los
implicados. Una ley fundamental que norma el campo de las relaciones humanas, como un ejercicio
de la función paterna como una metáfora que crea y renueva pactos desde lo simbólico.
Las pretensiones del adolescente de transformar el mundo y construir una sociedad mejor, se
estrellan contra una sociedad adulta caracterizada por la incongruencia, hipocresía, falsedades,
corrupción y renuncia a los ideales y valores que alguna vez sostuvieron. Por eso el adolescente
impugna al adulto, y hace un ajuste de cuentas con las figuras más cercanas, posición que incomoda
a sus mayores, pues se ven confrontados con una verdad sobre ellos mismos que no quieren asumir.
Para un adulto conformista, ya sea un padre, un maestro, un directivo, etc., sometido a los otros, que
vive sus días de forma acartonada y rutinaria sin pena ni gloria, que no emprende nuevos proyectos,
que no protesta de nada para no ser perturbado ni removido de sus pequeños privilegios, y que ha
hecho de la mediocridad su destino, no le va a gustar nada verse cuestionado por la actitud fresca,
rebelde, impugnadora del adolescente.
Los adultos también tienen que aprender a enfrentar y resolver su propia ambivalencia y resistencias
a aceptar el proceso por el que atraviesan los jóvenes. Esto lo lograrán de mejor manera si en lugar
de conducir su relación al enfrentamiento radical, se esfuerzan por identificarse con la fuerza vital,
transformadora y revolucionaria que emana de los jóvenes.
El cambio
El concepto de cambio está teñido de matices ideológicos que es necesario dejar en claro. Cambiar
para qué, desde los ideales de quién, en qué dirección, etc., son algunas cuestiones a considerar en
toda propuesta o consigna de cambio. De lo que se trata no es cambiar para ceñirse a las
expectativas del otro, sino sostener la legitimidad de un deseo propio. Esto conduce necesariamente
a la desadaptación, pues en la mayoría de los espacios sociales, entre ellos la escuela, exigen
docilidad, sumisión, obediencia, dejarse conducir bajo el discurso - o la vara domesticadora - de
quien ejerce el poder.
Esta reflexión no apunta a promover posiciones anárquicas ni mucho menos. Sin una imposición de
límites y el ejercicio de la autoridad, la formación de los jóvenes es imposible, sólo que existe
mucha distancia y confusión entre la instrumentación perversa del poder y la puesta en práctica de
la autoridad como forma discursiva que organiza lugares y establece funciones que apuntalan el
orden de la Ley.
La adolescencia es esencialmente cambio, desprendimiento de lo que se fue (en el sentido de haber
sido y de haberse ido) y muchas interrogantes sobre lo que se llegará a ser. El adolescente anda en
una búsqueda frenética de los ingredientes que le permitirán darle forma a su propio adulto,
apoyándose en las relaciones que establece con sus padres, maestros y otros adultos significativos
para él, a través de mecanismos identificatorios, de tal manera que las enseñanzas, prohibiciones,
ideales, que proceden de los adultos, pasarán - previa inspección rigurosa- a formar parte de sus
inventarios personales.
El adolescente -y de alguna manera todos los sujetos humanos-, estamos conformados por
diferentes trozos de humanidad que no alcanzan aún una integración definitiva. Tal vez por eso los
adolescentes a los adultos en ocasiones nos parezcan monstruosos, o bestias peludas como les llama
cariñosamente una maestra que conozco y sabe de su oficio.
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Es necesario ver a los jóvenes como sujetos en transición que aún no han abandonado del todo la
condición de niños. Están intentando acomodarse a las nuevas demandas que se ciernen sobre ellos,
propias de la condición de adultos, sobre la que conocen muy poco.
Los conflictos que resultan entre la dependencia que significa ser niños y la autonomía propia del
adulto, se expresan en actitudes que llegan a perturbar a los mayores, pues atentan contra el orden,
la disciplina, la calma y la quietud que son el sello distintivo del mundo de los adultos y que a veces
con violencia les intentamos imponer a los jóvenes. Ellos por supuesto no se dejan, se resisten y
montan sus propias trincheras para hacer frente a eso que viven como ajeno, como algo impuesto
desde fuera, que viola su intimidad y atenta contra una forma de ser, que les convence más que lo
que el mundo adulto les ofrece, y analizándolo con calma, creo que no les falta razón.
Los muchachos saben que necesitan de los adultos, y reconocerlo les produce coraje, pero se lo
aguantan; incluso fingen, siguen la corriente, adulan, mienten, para conseguir dinero y recursos y
para eludir castigos, reprimendas, rollos interminables, lecciones de moral que sienten como
homenajes que el vicio le rinde a la virtud. Cuando el adulto utiliza el poder del dinero para
someterlos, lo que produce es más distancia y resentimiento entre su generación y la del muchacho
que pretende formar.
Las exigencias de los adultos a veces los confunden, y los llevan a apartarse en su mundo interior,
aislarse de los demás para reencontrarse con su pasado y desde ahí enfrentar al futuro. Si el
adolescente tiene que resolver un duelo por la pérdida del niño que fue, el adulto también tiene que
desprenderse del niño que tuvieron y evolucionar hacia una relación con el hijo adulto. Este proceso
conlleva dificultades, pues implica aceptar su envejecimiento y abandonar la idealización de que
era objeto.
De ser un ídolo pasará a ser odiado y amado de manera ambivalente, administrándosele, casi
permanentemente, buenas dosis de crítica, burla y sarcasmo, que muchas veces no son fácilmente
tolerables, y que pueden desembocar en conflictos terribles. Un síntoma de este desencuentro, suele
ser el otorgar una libertad sin límites que más bien huele a abandono. La libertad es necesaria, sí,
pero con límites, cuidados, cautela, observación, contacto afectivo permanente, diálogo auténtico,
una escucha generosa ausente de descalificaciones y juicios sumarios, pero sobre todo con un
irrestricto respeto a su persona.
6.2 Acción y decisión
Quien no hace nada, nunca se equivoca, pero comete el peor de los pecados: dejarse llevar por la
inmovilidad, el desgano, la pereza, la contemplación de la existencia sin tomar parte de ella. Hacer
implica correr riesgos, cometer errores, fracasar, pero también implica aprender, crecer, y
desarrollarse haciéndolo. Somos hijos de la dificultad, no hay manera de sacar a relucir lo mejor de
nosotros mismos si no enfrentamos retos.
Lo que en muchas ocasiones empobrece nuestras vidas es el miedo; sentirlo es algo natural, lógico y
sobre todo un síntoma de que estamos vivos. Si queremos trascender y hacer de nuestra existencia
algo más que una miserable viñeta sin pena ni gloria, tenemos que aprender a enfrentar el miedo
que representa tomar acciones significativas para la construcción de un proyecto de vida digno.
Quien desea para sí mismo una vida exitosa se propone metas a lograr, abandona el espacio de
confort que representa la inactividad. Experimenta el miedo que acompaña a su ejecución, enfrenta
los riesgos implícitos de esta aventura. Recoge los frutos de su obra, se goza de los reconocimientos
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que él mismo se otorga y los que los demás tengan a bien concederle. Se toma un merecido
descanso, examina nuevos retos y metas y comienza un nuevo ciclo.
Quien lleva una vida mediocre y fracasada, evade responsabilidades; no enfrenta el reto de
vivir, inventa razones para no hacer lo que tiene que hacer, le echa la culpa al destino, a su dotación
genética, al gobierno, a sus padres. Esto ocasiona sentimientos de ineptitud, de desmerecimiento,
que lo conducen a una actitud de culpa permanente. Se le desencadenan periodos depresivos y
ansiedad. Adopta una posición de víctima, se deja dominar por la autocompasión, suprime la
acción, se instala de nuevo en acciones evasivas como el tomar alcohol en exceso, consumir drogas,
criticar, odiar, atacar, amenazar, etc.

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